Omar Chirinos
Actualmente el movimiento libertario es bastante consistente, el ideal se ha esparcido (aunque con dificultad) entre los diversos movimientos sociales y rincones del país, o mejor dicho, donde se pueda sembrar la semilla de este bello árbol al que llamamos “anarquía”, con la esperanza de que crezca grande y frondoso, con una sombra que acobije y sirva de refugio en los momentos más difíciles de nuestras vidas. Pero en la práctica no todo es color de rosa, un árbol tan especial como el que deseamos, no crece de la noche a la mañana, hace falta dedicación y mucho trabajo, regarlo a diario para mantener la tierra fértil, invertirle tiempo y paciencia si queremos recoger sus frutos.
Es en ese preciso instante, en
que la chispa de la rebelión toca nuestra voluntad, nuestra mente se convierte
en un horno de ideas, cocinando (y a veces quemando), pensamientos mas allá de
las fronteras, esclareciendo, conspirando y preparando procesos que van de la
mano con la fantasía de la libertad absoluta. En el camino nos hemos topado con
personas que al igual que nosotros/as encontraron ese punto de inflexión donde
el camino se bifurca hacia nuevos horizontes, personas con objetivos, sueños y
metas en común. Que nos han regalado sus lágrimas al igual que sus risas, que
nos han tocado el pecho para sentir la adrenalina y, suspiro a suspiro, regalarle
un poco de oxigeno a la fatigada (pero incansable) lucha por una sociedad más
justa. Pero ¿Qué pasa cuando de repente, esas personas abandonan todo por lo
que lucharon? ¿Qué pasa cuando el brillo de sus ojos se extingue por completo?
No hierve su sangre, no queman las ganas; e incluso nos intentan convencer que
todo lo que hacemos es en vano, que no vale la pena luchar y mil excusas más
típicas del rebaño.
Sin embargo, cuando analizamos
estas situaciones con cabeza fría, nos enteramos de que algunas personas
sencillamente se acoplan, se adaptan a su entorno, logrando así; una involución
de su personalidad, convenciéndose así mismas de que su tiempo ya paso, que ya
lucharon y, la frase más típica: “Aquí nada va a cambiar”.
Es imposible negar, que nos duele
ver a guerreros y guerreras, convertidos en burdos engranajes del
sistema-sistema que tanto criticaban, sistema que ahora justifican. Seducidos
por la bestia, engordando su propio engaño, renegando lo que alguna vez fueron.
¿Sera esto la hipocresía en su máximo esplendor? O simplemente, víctimas de una
sociedad que arrincona y no deja salidas, llena de parcialidades y políticas
del miedo, que te propone una competencia ó como lo llaman algunos/as una
“carrera”, no obstante, a veces es bueno pararse a preguntar: ¿contra qué o
quién corremos? La respuesta es simple; corremos contra nosotros/as mismas,
huyendo del sin futuro, arañando un sueldo que jamás se podrá equiparar con
nuestros sueños, sueños que muchos/as botan a la basura, banalizando el
sentimiento que estremece nuestros sentidos, el sentimiento por la entera
libertad y la justicia plena.
El sistema corrompe, asfixia y somete,
pero es nuestro deber (o al menos debería serlo) como seres del libre
pensamiento, no ceder al adoctrinamiento popular, orquestado por el Estado y su
manipulación. Nunca bajar la guardia, si es que no queremos acabar como
nuestros compañeros del “muro de los extinguidos”, cuestionar y criticar,
mantener con altivez nuestros ideales y sobre todo; siempre exponerlos para
dejar clara nuestra postura libertaria. Los compas van y vienen y aunque
algunos se duerman en los laureles, hay quienes se mantienen atentos y
preparados, quienes nos confían su espíritu para nunca decaer, quienes nos
tienden su mano en la manifestación, cuyas gargantas gritan al unísono
consignas llenas de amor y rabia.
A pesar de los tiempos difíciles que estamos trascurriendo, nos mantenemos en pie, dando la cara y siempre conscientes de nuestro contexto. A los de ayer, que hoy no están, el cariño es el mismo, me quedan las paredes rayadas con trazos apurados, los kilómetros recorridos cuyo equipaje era; ilusión y muchos ‘fanzines’, las risas detrás de la capucha, las miles de canciones que jamás aburrían, los días compartidos y las noches partidas.
Sigamos construyendo nuestro
ideal, tratemos de involucrar a todo/as las que podamos, el momento es ahora,
mañana es tarde. Como dice ese gran tema de Eterna Inocencia.
“Nuestra sangre es la sabia, que habrá de brotar, de las semillas sembradas. Un mundo por cambiar…”